Se dirigió a él con la actitud que llevaba arrastrando
durante semanas. Abrió la boca, pero las palabras se atravesaron en el nudo de
su garganta. Mientras, al observarla, comenzó a intuirse en su rostro esa
sonrisa que podría ser capaz de encoger hasta el último músculo de cualquiera.
La multitud comenzó a desvanecerse y la aguda alarma anunció la última oportunidad para abandonar aquel lugar.
Sus ojos, por fin, se encontraron con su mirada, más opaca e
imprecisa que nunca. Buscaba en él una última alternativa, aunque fuese un
reproche, una justificación, incluso una exigencia. Necesitaba un empujón hacia
alguno de los lados de ese gran abismo. Necesitaba unos hombros donde apoyarse,
un cuaderno en el que contar sus nuevas aventuras, una mano en la que confiar,
un compañero con el que viajar. Necesitaba que en ese instante alguien
decidiera por ella.
- Sube a ese tren. Si prefieres quedarte, esta vez
no te acompañaré a casa.
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