Las prisas nunca fueron buenas. Llegar tarde menos. Se calzó de camino a la puerta y no comprobó si ésta se cerraba detrás de él. Subió la calle olvidándose de respirar y de controlar su ritmo cardíaco, perturbando la tranquilidad de las siluetas que paseaban a su alrededor.
Empujó la puerta con el hombro y entró. El fuerte olor de los recuerdos le paralizó por un momento e intentó buscarla con la mirada mientras su cabeza se desnublaba y recuperaba el aliento. El tabernero, tras la barra y sin quitar de vista el vaso que sujetaba entre las manos y que frotaba con el paño para sacarle aún más brillo, negó con la cabeza. Ni siquiera hoy podía haber cumplido con su promesa de las 7:45.
Ya era tarde. Pero se le hizo aún más cuando comprendió que llegaba tarde a la cita en la que ella nunca aparecería.
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